sábado, 27 de diciembre de 2014

Querido 2015, ponme lo de siempre



Querido 2015,

Ponme las ganas, las gracias y ese increíble sabor. Enséñame a equivocarme bien, a equivocarme mejor.

Vuelve a darme cuerda, aprende a pedirme perdón. Por esos síes que al final sean noes, por esos hasta pronto que oculten un adiós. Atrévete a cruzarme en rojo, a perder juntos la razón.

Baila conmigo, que ésta me la sé. Dame una vuelta, dame dos, dame tres.

Disculpa los traspiés. Lo que estas noches olvide enséñamelo tú otra vez.

Ignora ese propósito tonto de última hora, pero sonríeme si por lo menos, era original.

Que en esta barra lo viejo y lo nuevo no se paren de mirar. Que vengas para quedarte y nunca te acabes de marchar.

Prometo dejar que me duelas a veces, que me arranques las páginas y que a última hora, me cambies el final. Mientras no me lo cuentes, mientras yo no lo sepa, fingiré que me da igual.

A cambio, quiero subir al cielo, bajar de la parra, ver qué pasa si apagamos y queremos quedarnos una canción más.

Y bueno, puestos a pedir…

Que este año ganen los buenos. Que el amor no tenga complejos y nosotros cada día tengamos menos. Que la verdad nos pille desnudos y felizmente agotados, justo en ese momento en que todo es lo que parece.

Que el tiempo nos vuele y las creencias nos quemen a veces en las manos. Que las cambiemos por otras nuevas, mejores, sin peros. Que emprendamos mucho y muy bueno y los errores empiecen a caernos hasta bien.

En definitiva, destápame lo que está por llegar: amigos, sueños, amores y algunas sorpresas de más.

Este año cuéntame otra, una que no me sepa, una de la que ni tú conozcas el final.
Y mientras la improvisas… ponme lo de siempre. Que hoy me quedo hasta cerrar.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Traiciónate, traicióname.


La traición tiene mala prensa, es un hecho. Y como todo lo "incorrecto”, también tiene el morbo de ser alegremente cuestionado.

Pero por un momento, pongámonos serios, porque según nuestra querida RAE, la traición es aquella falta que comete una persona que no cumple su palabra o que no guarda la fidelidad debida. Así que un traidor es un infiel por naturaleza, un incumplidor de lo que sea que le eches. Alguien que no se merece ni el último punto para vuestro final.

La verdad es que uno nunca diría con voz alta y orgullosa “¡Soy un traidor!”, porque siempre nos han dicho que es algo malo y reprobable, un error por el que te deberías avergonzar. Y oye, si nos lo han dicho, debe ser cierto.

Pero, ¿has imaginado alguna vez que esta creencia que todos tenemos tan clara, no fuera cierta? Que lo malo fuera un poco bueno, que la vida estuviera del revés. Sí, por un momento, el mundo tiembla. Una parte de ti se inquieta, y la otra, por razones que sólo tú y yo sabemos, sonríe al recordar.

Te lo diré con todas las letras: ¿Y si traicionarse no estuviera tan mal?
Ya sabes que desde que se inventó el preguntar, quien se engaña es porque quiere. Aunque como quizás sabrás, hay preguntas sólo visibles a golpe de tinta y papel.

Sin querer queriendo, Hanif Kureishi y su libro “Intimidad” contestaron algunas de ellas para mí, destrozando el concepto que tenía de la traición.
Lo sedujeron, lo desnudaron y lo pusieron incómodamente frente a mí. De golpe, no podía mirar a otro lado, no podía disimular. Por esa implacable fuerza que, por suerte o desgracia, siempre tiene la verdad.


Allí estaba yo, hasta entonces “creyente”. Hasta entonces defensora de que la traición era ese punto sin retorno que sólo implicaba pérdida, dolor y decepción. Retada a plantearme que pudiera ser algo positivo, sus páginas abofetearon mis absolutos llamando a gritos a la inspiración.

Sí, la traición seguía recordándome a algún tipo de abandono, y era lógico, la idea de abandonar o ser abandonados nos concierne a todos, como el causar o recibir dolor.

Pero parecía inevitable no prendarse de un enfoque tan inusual: la traición ya no tenía por qué ser una tragedia. Podía ser perfectamente la oportunidad de cambiar, de volver a empezar, de ser mejores. La confirmación de que hay cosas y personas a las que vale la pena abandonar. Una decisión valiente en la que todos ganan más de lo que pierden, al final.

Como decía Kureishi, si uno no dejase nunca nada ni a nadie, no tendría espacio para lo nuevo. De alguna manera, la evolución es una traición necesaria, al pasado y a las antiguas opiniones de uno mismo.

De hecho, si te acabo convenciendo de algo de todo esto, tú también serás un traidor, uno optimista, dispuesto a reinventarse. Y ¿sabes? Después de todo, no suena tan mal.

Por eso traiciónate, traicióname, una y otra vez. Cuando menos toque, cuando más nos duela. Porque al despertar seremos otros, seremos nuevos. Quizás la intimidad existe ahí fuera, pero de donde nunca se va a ir es de aquí dentro. Te prometo que cada uno será quien quiera, cuando quiera y con quien quiera. Te prometo que por fin seremos libres, que seremos nuestros.


Firmado:
Una “traidora”.

viernes, 1 de agosto de 2014

Biblical

Inspired by
https://www.youtube.com/watch?v=JrbMNBNMksk

Había miles de almas en aquel campo, y todas saltaban, gritaban y se desvivían como una sola.
La música les unía y les separaba a la vez.
Constantemente la luz, el ron y la realidad nos golpeaban y exigían algo de nosotros que nunca sabíamos que era.

Ya no nos quedaba nada, en algún momento habíamos dejado de respirar aire y éramos magia. El público ya no volaba con alas rotas como antes, ahora aquellos curiosos individuos del escenario dominaban el viento con sus cuerdas invisibles.
Y nosotros sólo éramos pobres títeres de aquel espectáculo. A la izquierda, a la derecha, la realidad masturbaba nuestras mentes haciéndolas vibrar al unísono. Era precioso. Era inmenso. Les grité a todos que tú me me dabas la magia y yo te volvía maravilloso. ¿Quién no querría un poco de eso?

Éramos invencibles, lo decían nuestras camisetas. Ellos también porque nos movía la misma mierda eterna. Ya nadie podía huir, ni volver al principio, ni arreglar nada. Estábamos jodidos de la manera más genial posible. Aquello nos hacía sentir tan grandes que yo sólo temía que si saltabas un poco más te perderías entre la gente y ya no sería capaz de encontrarte una vez más.
Me alegraba que me hubieses arrastrado hasta aquí, jamás había estado tan conectada a la Tierra, como si alguien a muchos años de distancia estuviera recogiendo este instante en un papel arrugado.
Era sin duda algo torpe, bonito, perfecto. La clase de cosas que no puedes esperar que alguien más comprenda.

Aquel final fue el mejor principio que nadie haya visto nunca. Lo bueno de que cayeran estrellas suicidas del cielo era que siempre sabríamos que lo que quedaba en pie era real.
Nuestros dioses eran las copas que llevábamos de más así que no existía el miedo, la duda o la excusa.
Yo divagaba y tu me mirabas de reojo intrigado y divertido. Cerré los ojos ante la intensidad, consciente de que aquello -fuera lo que fuera- acabaría conmigo.

miércoles, 23 de julio de 2014

Palabras

Quisiera preguntárselo todo, pero no puedo... o no debo. En el fondo sé que es ese misterio lo que quiero de ella y aunque a veces desespero por alguna respuesta, sigo deseando que esta jamás llegue.
Si un día ella escucha mis pensamientos, que no responda, que no me mire, que no la entienda.

Somos una eterna contradicción, durante siglos hemos fingido hacernos preguntas que sabíamos incorrectas, rezando porque nadie supiera contestarlas. No queremos que nadie nos zarandee y nos despierte, somos niños grandes que se niegan a crecer si crecer supone entenderlo todo.

La incertidumbre nos encanta porque aunque asusta significa que si nada puede plantearse nada puede estropeárnoslo. La vida se torna nueva a cada segundo, se reinventa caprichosa y delirante, y uno no puede más que sonreír y esperar.

Qué descanso sentarnos y disfrutar de la función, por fin liberados, por fin reales.
Me gusta esperar al mundo mientras huyo ahí sentado, mientras me lanzo al vacío sin levantarme, tranquilo sabiendo que en realidad no puedo decidir nada.

Sucumbo y la miro, acepto mi lección de humildad diaria, lo humano es incontrolable y poderoso, pero tiene un precio. El beso inesperado, la frase poco acertada , el cristal roto y este papel mojado.
Puede que las palabras no logren dominar este viento que nos azota con sus verdades, pero hacen que el suelo siga ahí abajo cuando éstas nos vuelven frágiles.

martes, 8 de julio de 2014

On and Off

Nunca me gustaron los martes, no son días importantes. A uno nunca le cambia la vida un martes. Demasiado pronto para acabar algo, demasiado tarde para empezarlo. Siempre tuve una vida interior intensa, tanto, que me resultaba imposible interesarme por los demás. 

Las pocas veces que conecté con el mundo me di cuenta de cuanto me aburrían las personas y el universo estúpido e irrelevante que habían creado para sí. Sus vidas eran juguetes rotos con los que algún Dios jugaba, diseñando la inevitable quiebra, cediéndoles la última cena.

Pero antes de juzgarme déjame decirte algo, todo cínico fue algún día demasiado romántico.
Si aborrecí este mundo fue porque rara vez alguien vibraba, rara vez algún hijo de vecino explotaba y quemaba todas esas reglas que no estaban escritas. Nadie desafiaba lo correcto, nadie reinventaba lo establecido. 
En ese mundo uno no se alteraba, ni perdía las formas y nada acababa porque jamás llegaba a empezar de verdad. La vida parecía allí una novela mortalmente aburrida escrita por tu primo segundo que leías por obligación. Algo debía ceder, algo debía cambiar.

Me pregunto si el mundo sigue ahí fuera. Sigo sin noticias de mi. 
Una luz de neón palpita fuera de la habitación, alterada, sin razón. 
A veces la miro e intento entender que la inquieta, pero por mucho que le pregunto jamás comprendo sus exigencias.  ¿Qué le pide una luz a la vida? Quizás algo de oscuridad para poder brillar, quizás simplemente... ser.

Confieso que me he acostumbrado a ella, a sus sis y sus nos, a sus hasta luego y sus hasta pronto.
Siempre hace amago de irse pero tampoco ella parece saber marcharse. No comprende todo esto más que yo, sonrío con desconsuelo, me cae bien.
Resulta irónico pero en ocasiones ese parpadeo nervioso es lo más estable por aquí, el desasosiego, la incertidumbre y la voluntad de continuar aún y así.

Casi me dan ganas de levantarme de esta vieja silla e ir a agradecerle a ese bendito neón lo que hace por mi. Voy a ponerle algo de música para que se calme, para que la oscuridad nunca pueda con nosotros.

https://www.youtube.com/watch?v=a3jpy1OzWg8

Parece que funciona, Debussy siempre lo consigue. Por un momento el tiempo se ralentiza y algo en esta habitación cambia. ¿Será este papel en blanco o seré yo?

viernes, 23 de mayo de 2014

Escribiendo

Dicen que todos los que escribimos somos en cierta manera vagabundos, almas atormentadas que dan tumbos por páginas blancas y vacías, inertes.

Pero escribir no es algo que puedas elegir, no es comprarte unos zapatos, o dejar un trabajo, escribir es caer y seguir cayendo, esperando que llegue un punto en que sólo puedas levantarte.
Es hablar y reflexionar, revolver y enredar dentro de ti y esperar que a veces, si por alguna locura transitoria dejamos que otro lo lea, no nos juzgue demasiado.

A veces, en un exceso de vanidad esperamos incluso entrar en sus mentes, invadir sus vidas, zarandearlas, acariciarlas, qué más da, hacerles sentir que no están solos, que compartimos sus mismos demonios y sentimos sus mismos ángeles.

Una vez, en un libro, la ética de cuyo autor podría cuestionarse, encontré una frase de uno de mis filósofos preferidos, Jean-Paul Sartre, decía así:
“El escritor tiene como primer deber provocar el escándalo y como derecho imprescriptible escapar a sus consecuencias”
Escribimos para provocar, lo que sea: amor, tristeza, miedo, asco, rabia, indignación, felicidad.
No nos importa, es lo de menos, pero necesitamos profundamente hacerlo. Vagar, trepar, resbalar. Y caer.
Necesitamos perdernos en cada página, y encontrarnos quizás, con mucha suerte, o mucha desgracia, cierta vez.

Puede que vivas cruzando los dedos para no encontrarte jamás, que escribas para evadirte de ti mismo, o puede que necesites encontrarte como necesitas el aire para seguir intentándolo.
Lo mejor de todo ello es que cuando escribes algo en un papel, deja de ser tuyo y pasa a ser de todos, te alejas, y ya no lo miras, porque de golpe y sin precedentes, lo ves.
Letra por letra, una palabra y no otra, porque si, porque me apetece, porque suena bonito, porque suena bien. Te sientes Dios porque de la nada podrías si quisieras inventar el mundo y hacerlo añicos en la línea siguiente, así, casi sin querer.
Puedes dibujar ciudades y enamorar a personas que ni siquiera existen. Hacer que alguien llore por algo que tú inventaste, que ría, que se emocione.
Y por un momento, sólo por un momento, que alguien, en algún lugar del planeta, se sienta la persona más afortunada del mundo, la más especial, única, sólo por haber encontrado su pedacito de cielo en una página que pronto quedará en el olvido.

Dicen que un escritor nunca olvida el día en que sus palabras tienen un precio y sus historias un elogio.
Nunca olvida el dulce veneno de la vanidad y cree, que si consigue que nadie descubra su falta de talento, la literatura le dará lo que más anhela, que alguien, estuviera donde estuviera y creyera en lo que creyera le recuerde como una luz que le hizo sentir más allá de la propia pérdida y del precio, alguien que le recordó el valor de alguna de esas cosas que nunca son cosas.

Gracias

Gracias. Por todo y por nada. Por todos los días y por ninguno en concreto. Por ser, y estar.
A veces, hay que decir adiós para quedarte. Gracias. Por llevarme a ese lugar, por romper las barreras, por derribar los muros, aunque acabaras levantando algún otro.

Llegaste en pleno enero, desafiando el frío, trayendo arrastras la pobre primavera.
En algún momento debí perder la razón, pues las oscuras nubes desaparecieron y solo me quedaba una tarde de jueves y la imagen de esa botellita de cristal en el mar, lejos. Supongo que ellas iban dentro. Hasta nunca, por siempre.

Acostumbrada a páginas gastadas llegaste con un libro en blanco, ingenuo, genial.
El olor del papel evidenciaba esas locuras de las que salimos y en las que entramos con exceso y sin reparo.

Recuerdo una luz, y el dibujo de una sonrisa taquicárdica, tu aliento desdibujando algún cuerpo que espero fuera el mío y sentirme extrañamente perdida por un momento, esperando los subtítulos.
Puede que me cogieras la mano y me mirases como se mira cuando se quiere decir todo sin palabras. Puede que incluso ese viejo truco funcionara y que nos echáramos a reír de la gente que cree en esas tonterías. Aunque también puede que no dijeras absolutamente nada.